Ceremonia
de re-inhumación de Francisco Boix
cementerio parisino del
Père-Lachaise
16 de junio de 2017
Daniel SIMON
Presidente de la Amical de Mauthausen
Fotografías y traducción al castellano: Rose-Marie Serrano
Voy a intentar captar lo que está
en juego aquí en este instante, la relación entre el motivo concreto de nuestro
encuentro y las significaciones que se adhieren a él para transcender su papel.
A lo largo de los años en los que la Amical de Mauthausen ha mantenido la
voluntad de conservar una sepultura para Francisco Boix, en la energía misma
que necesitaba tal acción, nunca omitimos plantearnos las preguntas de este
enigma: ¿por qué obstinarse? ¿No es descabellado luchar así
contra el tiempo?
Este ataúd contiene los restos de
un hombre, sesenta y seis años después de su inhumación. Es también,
evidentemente, el receptáculo simbólico de una historia colectiva, aún ardiente
y palpitante. ¿Cómo se podría hacer abstracción de tal fondo? Es
imposible deshistoricizar el acontecimiento. Es cierto que hemos soñado con que
esta ceremonia sea menos humilde y discreta que la de 1951; no teníamos
totalmente conciencia del ancho eco que tendría.
Empecemos por el hecho-
todos lo conocéis, ya que vinistéis.
La tumba de Francisco
Boix en el cementerio de Thiais estaba condenada a desaparecer. La complejidad insospechada de un traslado,
los numerosos impedimentos que hubo que sortear, de los que no haré aquí el recuento. Me
limitaré a nombrar, arriesgando agredir su discreción, a las dos personas
que, en el largo período, han llevado y
dado vida, con empeño e intransigencia, a la decisión tomada por el buró de
nuestra asociación de perennizar la sepultura, incluso a costa, de ser
necesario, de una nueva sepultura. Sin Pierrette Saez y Rosa Sterquel, es muy probable que la continuidad en el esfuerzo
hubiera decaído. Expreso aquí, por otra
parte, nuestro agradecimiento a las
instituciones que han hecho posible vencer uno tras otro todos los obstáculos,
tanto administrativos, técnicos, como financieros. Entre esos apoyos, la
contribución, altamente simbólica, de Austria y la de la municipalidad de
Barcelona. Subrayaré por fin el apoyo de
la Ciudad de París, en varios de sus servicios, con un seguimiento regular del
progreso del expediente, de una calidad benéfica y soy feliz de exponerlo
públicamente ante la Señora Hidalgo. Damos por fin las gracias a los numerosos
amigos, franceses y españoles que mostraron que les importaba la realización de
esa acción, contestando al llamamiento
de la suscripción, creando así una obligación de resultado. Al fin y al
cabo, después de haber debido ponernos en contacto con Italia, México y gracias
al trabajo voluntario que aceptó de
llevar a cabo un genealogista catalán, obtuvimos el derecho a exhumar, el
acceso a un lugar prestigioso donde nos encontramos, hemos podido comprar la
concesión de una nueva sepultura en el espacio mismo, o faltó poco, en el que están, los monumentos,
estelas del recuerdo de los campos y de los combates llevados en varios
escenarios de operaciones por los republicanos españoles, curtidos e intrépidos
hasta en la posición de vencidos.
¿Quién fue el hombre al
que rendimos este homenaje? Muy brevemente:
- Un combatiente español, uno de los 7000 de Mauthausen, uno de los 2000 supervivientes – y esta ceremonia no valdrá como finiquito.
- Uno de los principales protagonistas de una acción excepcional de resistencia, llevada a cabo con el tiempo, en el campo mismo: sustraer al Servicio de identificación SS del campo centenares de fotos, que constituyen hoy en día un fondo histórico excepcional, del que una gran parte es conservada en los Archivos nacionales.
- Un testigo que autentificó y comentó algunas de esas imágenes, ante el tribunal militar internacional de Nuremberg, y después ante el tribunal americano de Dachau.
- Un hombre del que medimos mejor, desde hace poco, la extensión de su actividad de fotógrafo, desde la guerra de España, en Mauthausen, en Francia y hasta en Argelia, de 1945 a su muerte.
- Un hombre cuyos camaradas próximos han mantenido el recuerdo, en toda discreción, durante decenios, cuidando su tumba, mientras la Amical de Mauthausen renovaba la concesión.
- Una figura singular, sin duda alguna, cuyo aspecto seductor deslumbraba aún, al final de su vida, la mirada de Gisèle Guillemot, superviviente de Ravensbrück y de Mauthausen, fallecida hace cuatro años. Y hoy en día Madeleine Riffaud, quien se evadió del tren de la deportación y quien, sin duda se nos juntará dentro de un rato, orgullosas y emocionadas ambas, en términos idénticos, de haber «conocido muy bien …¡ a Paquito… !» cuando era foto-reportero en el periódico l’Humanité.
Lo esencial del sentido
está en otra parte, en lo que está vivo y palpita. Nombrémoslo:
- En España: la cuestión de la «recuperación de la memoria histórica», una exigencia y una llaga que sigue abierta, en busca de un estandarte simbólico.
- En Cataluña más específicamente, donde Francesc Boix, estos últimos años, representa bastante bien la figura de un héroe.
- En Francia, a la que los amigos españoles piden sin cesar que «se repare la historia», proclamando, bien claramente, que sí que fue indigna la acogida que se dio a los exiliados forzados de 1939 después del abandono de la República a su suerte, como fue indigna la parte tomada por Vichy en la expoliación del estatuto de presos de guerra y por lo tanto el traslado a Mauthausen de los refugiados republicanos de nuevo vencidos bajo el uniforme francés, deportados en la categoría injusta e infamante de «apátridas», marcados con el triángulo azul. Infinitamente dolorosa por fin, la repatriación imposible en 1945, los vencedores, de los que éramos, habiendo dejado que el dictador español siguiera haciendo estragos treinta años más.
A unos metros de aquí, en
diciembre de 2000, por primera vez, fue rendido un «Homenaje nacional» a los republicanos españoles
deportados de Francia», presidido por el ministro Jean-Pierre Masseret,
ante la estela del recuerdo de los republicanos y el monumento dedicado a
Mauthausen, prolongado por una ceremonia en la alcaldía del XX° distrito. Desde
esa fecha y los numerosos acontecimientos conmemorativos y culturales de estos
últimos años, especialmente en París, no es verdad que la suerte de los
refugiados republicanos sea desconocida.
No obstante, es como si fuera siempre la primera vez que voces francesas
lo atestiguan y afirman la responsabilidad de Francia. Es así –en eso es cómo
se mide la virulencia incurable de la herida.
Sin embargo, no es esto
una escena de duelo, aunque la solemnidad del rito lo semeje, como las
emociones que toman cuerpo en nosotros. ¿A qué imperiosa necesidad corresponde el rito funerario,
dispendioso en todo? ¿No hay nada más urgente, incluso para una asociación de
memoria? ¿No es movilizar en exceso
nuestras flacas fuerzas, mientras que nos queremos de mejor grado ocupados en encontrarnos con nuestros
contemporáneos, que adictos a replegarnos en los cementerios? A esas
dudas, que pueden surgir, la respuesta es sencilla: esa acción no nos ha
desviado de la atención dada a los vivos –si hace falta un ejemplo-, aquí
va: el apoyo activo y muy acaparador, impulsado por tal de nosotros, además muy ocupada en
resolver el caso Boix, a los inmigrantes indocumentados… Son por lo tanto dos
compromisos concurrentes, se nutren uno del otro, en un fortalecimiento de la
conciencia y de la inteligencia de lo real, de su espesura histórica.
Lo funerario siempre
corre parejas con lo simbólico, y la tonalidad del símbolo no es ni vana ni fútil. El crimen mayor cometido por los nazis
contra la condición de ser humano fue el no ver en el cadáver de sus víctimas
sino un deshecho, materia vil que seguía siendo explotable. Reparamos
indefectiblemente la ignominia sufrida por los millones de muertos de los
campos considerados de tal modo. Un episodio casi imperceptible pero
extraordinario, de ese choque de dos universos: el 26 de agosto de 1940
-los primeros detenidos españoles
llegaron a Mauthausen a principios de agosto– José Marfil Escalona fue el
primero entre ellos en sucumbir. Al final de la jornada, los españoles se
reunieron y acordaron un minuto de silencio. Gesto de humanidad, respeto de los
muertos, acción colectiva: los SS fueron estupefactos por esta violación
inaudita de las lógicas del campo, que no pudo repetirse.
Jorge Semprún (resistente
francés y deportado español en Buchenwald, triángulo rojo), retoma de Paul Celan la imagen de la suerte prometida
por los nazis a los deportados: «Una tumba en medio de las
nubes». Bella imagen no cabe duda, perfectamente cínica, eco de aquel
tiempo en que «la muerte era un amo de Alemania».
Respecto a la memoria, el
trancurso del tiempo no tiene el poder. La memoria se construye o se esfuma
según otras leyes, las de las necesidades del momento, es el barómetro de las
subjetividades. Francisco Boix es más visible que hace cincuenta años, exige
más.
Somos bastantes aquí en desconfiar de las
reliquias, amuletos y otras prácticas mágicas. No obstante, la primera emoción
que compartimos sin duda alguna es el espanto ante una tumba. Otras emociones
se mezclan, creando un magma indiferenciado, en la convergencia de generaciones,
geografías, legitimidades y poderes, donde predominan, bien natural es, para
los amigos de origen español, los rancios olores y la rabia sumergida del
exilio sufrido, las tergiversaciones políticas y finalmente la ocultación sin
cesar prorrogada de los crímenes del franquismo, que nutren los intentos
comprensibles de instrumentalización de ese asunto de sepultura, porque todo es bueno, cuando nada es posible.
¿Por qué el estado
emocional sigue siendo tan vivo y como si estuviera tetanizado? Cuando el
pasado no pasa, es que hay un cerrojo, que algo hace obstáculo. ¿Hasta
dónde? ¿Hasta cuándo? Oso una hipótesis: hasta la apertura
de las fosas comunes donde siguen amontonadas las víctimas de la
dictadura… Cuestión central, que hace eco muy lejano a nuestra ceremonia. La
morbosidad es el no cambiar nada.
Francisco Boix habrá sido
acogido cuatro veces en el suelo francés: dos veces vivo, dos veces sus
restos. Nunca fue francés, no fue nunca más español. Tres lugares emblemáticos
de nuestra geografía cultural en adelante se corresponden, objeto los tres de
una codificación cultural : la casa de Poble Sec (el barrio de Barcelona
donde nació Francesc Boix), la casa de Anna Pointner (esa habitante de
Mauthausen que aceptó esconder los centenares de negativos y de tiradas robados
y donde Francisco sacó una bonita foto familiar tras la liberación, por fin la morada última, esta vez perpétua,
esta sepultura nueva en el
cementerio parisino del Père-Lachaise.
Desplazar a los muertos,
dar la vuelta a los cuerpos, para averiguar que
sí siguen estando en nuestra vida. Sin osar una analogía que sería simplista, creo que estaríamos equivocados
ocultando el alcance antropológico de lo que estamos realizando. Dar la vuelta
a los muertos es un uso de algunos pueblos, los torajas en la isla indonesia de
las Célebes, y sus lejanos primos de la orilla opuesta del océano índico, los
Merinas, quienes habitan en las altas tierras del centro de Madagascar.
Periódicamente, cada siete años creo, proceden a la exhumación de los muertos
para darles la vuelta, antes de volverlos a inhumar, al cabo de dos días de
ritos festivos, en el transcurso de los cuales recuerdo que llevan al muerto en
los brazos sacudiéndole como para
despertarle e impedir que esté triste. Somos más sobrios, menos exigentes,
menos inventivos.
No son los merinas
quienes han germinado los versos que aquí van del poeta Paul Celan:
El cráneo por encima
Vuelto, donde sobre
El tiempo sin sueño un
Martillo
fuego-fatuando
Canta
todo eso en la candencia
Del
mundo.
En este
instante, en esta acción, somos la humanidad. Atravesada por obsesiones,
impotencias, apegos patéticos, en los que se mezclan inextricablemente motivos
racionales y sedes imperiosas del alma, de los que los cementerios acogen a
menudo los desahogos y las represiones –éste
mucho más que otros. Hoy, ofrecemos a Francisco Boix la hospitalidad, en
la tonalidad más noble que pueda ser, aunque sea tan tarde, y mucho más
allá de los usos ordinarios.
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